viernes, 30 de mayo de 2008

Para pensar un ratito

La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemirizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con n uestras palabras y obras es nuestro gozo.
(Doc. Aparecida 29)
La naturaleza del diálogo entre Dios y el hombre es diferente de la del diálogo entre dos seres humanos. La imagen de un Dios que dirige su palabra al hombre, no oculta ni anula de ninguna manera la distancia abismal que separa al misterio de Dios de la criatura humana.
Para entrar en un verdadero diálogo con Dios al escuchar su palabra tenemos que evitar ambos extremos: el extremo de hacer nuestra la palabra de Dios haciéndole decir lo que nosotros queremos, sin ponernos en la actitud oyente de la Palabra, y el extremo de ver en la Palabra a un objeto a considerar y analizar, pero que no tiene una relación íntima con nuestra realidad creyente.
(Horacio Lona, ¿Qué es la espiritualidad bíblica?, Ed Claretiana, 2006, pag.21, 23)

sábado, 3 de mayo de 2008

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?


¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas la noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
“Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía”!
¡Y cuántas, hermosuras soberanas,
“Mañana le abriremos”, respondía,
para lo mismo responder mañana!

Lope de Vega




El tema, mil veces vivido por el poeta, tan proclive al desvío como al arrepentimiento, expone una de tantas situaciones de incomodidad interior, ante la sucesión de sus vivencias de hombre pecador que se sabe llamado por Dios, una y otra vez, a la conversión inaplazable. El enfoque comparativo destaca la amorosa y paciente espera silenciosa de Cristo, sujeto a todos los agravios que infiere la infidelidad, con tal de alcanzar al fin su atenta respuesta. En su espiritual desconsuelo, el poeta imagina la dureza de su indiferencia como la actitud de quien sabe a Jesús desamparado a la intemperie fría de la noche, sufriendo el relente tras la puerta, mientras se excusa una y otra vez, sin lograr desalentar por eso las esperanzas de Cristo. Por eso iniciará el poema preguntando ya a Jesús la razón por la que se empeña tanto en procurar su amistad: “¿Qué tengo yo?”, pregunta el poeta...

La supuesta presencia de Jesús apostado a la puerta, es una imagen asimilable a la que se expresa en la parábola evangélica del buen pastor...

Quienes han recorrido la biografía del genial poeta y dramaturgo, reconocen la sinceridad con que, en su soledad y vejes no siempre feliz, el escritor recurría a la plenitud expresiva del arte poético para confesar confuso por qué atrevidos recovecos se empeño en conducir su propia montura. La grandeza de su obra con que ha premiado al mundo entero, le redime no poco de sus desatenciones para con Dios y sus semejantes.


*Extraido de: “¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?”, Boletín de espiritualidad del Centro de Espiritualidad Ignaciana de Argentina Nº 213, Abril-Junio 2006, Pag. 46-47